Veo la luna y está espectacular. No llega a competir con las 3 lunas más geniales que he visto, pero está en algo. Me pongo a observarla detenidamente y me doy cuenta que todavía le falta un toque para que sea luna llena. Tiene forma de mango. Y las nubes haces un juego de luces raro que la hace ver de color mango. Fruta prohibida por los dietista por su alto contenido de azucares pero adorada por las masas debido a sus cualidades tropicales y exóticas.
El ritual del mango comenzaba escogiendo la fruta. Siempre había 2 ó 3 en mi refrigeradora. Yo escogía el más grande, firme y dulce de todos. Algunos indicadores eran el degradé pixeliado que iba de rojo a naranja amarillo intenso. También trataba de buscar esa lágrima rebelde de melaza que lograba escabullirse por la cascara para salir a respirar algo de aire fresco. Tenía que preparar los utensilios. El cuchillo apropiado para poder atravesar la piel con cariño, sin maltratar el interior. Un plato lo suficientemente hondo y amplio para albergar el mango y sus jugos. Un azafate de lata, grande, roja y con rugosidades que evitaría cualquier catástrofe sanitaria en el cubrecama o el sofá. Por último agarrar 1 ó 2 secadores (las servilletas son muy débiles para estos menesteres) para la higiene durante el ritual y un prelavado post ritual que me permitiera llegar al lavatorio sin mayores contratiempos.
La decisión más importante y trascendente una vez instalado y bien preparado era como me quería comer el mango. Acá entraba en juego un poco el humor y el estado de ánimo, pero existían básicamente 2 opciones, aunque a veces podía ser una tercera.
La primera, y por lo general mi preferida, era pelar todo el mango. Este proceso tenía su técnica. No era pelarlo como una papa, había que realizar 2 incisiones longitudinales muy finas procurando cortar solo la cascara sin afectar la pulpa. Luego había que jalar la cascara como si estuviéramos despellejando la fruta. Una vez pelado me lo comía como si fuera una manzana. Obviamente mis manos quedaban completamente mojadas por los jugos del trópico y ciertamente esta técnica era la menos pulcra. La segunda manera era cortar el mango por ambos lados de la pepa, consiguiendo así dos trozos bastante apetitosos de fruta con cascara, los cuales me comía como si fuera un chorito a la chalaca. Y después ya sacaba como podía el resto de la pulpa que quedaba adherida a la pepa. Cualquiera fuera el método, siempre dejaba la pepa para el final, que cual cavernícola la chupaba hasta arrancarle el último pelo, claro que después menudo trabajo para el cepillo de dientes y el hilo dental. Como sea, valía la pena.
Uno de los postres más finos y honesto que he probado es un Crunch de Mango. Receta aprendida por la nieta, que ha dejado muy orgullosa a su abuela. Una cama de merengue con nueces, casi como un turrón, una melcocha, adornada por contundentes lonjas de un Mango de primerísima calidad. Si mal no recuerdo un toque de crema y decir basta. Para qué más. Cada bocado tiene de dulce, de fresco, de crocante, de suave, de terciopelo; mucho color.
Un aporte de Kadabra es también un postre de su abuela. Simple y fácil de hacer. Mango con mango. Son cubos de mango bañados con mango licuado, todo bien frio para el verano. Es decir, a la vena.
Quien sabe, una de mis creaciones más aclamada es mi risotto de palta con tartar de mango. Literalmente un arroz con mango. Puede sonar raro a primera impresión, pero realmente son sabores que se complementan bien. La palta caliente media fundida le da mucha cremosidad al plato. Un toque de comino y encima el mango con unas hojas de culantro y unas gotas de limón aporta esa acidez que corta un poco la palta. Además el cambio de temperaturas te refresca haciendo que te puedas comer toda la fuente sin darte cuenta. Hagan la prueba.
Hace unos días entré a un circo de barrio donde anunciaban como espectáculo central a la mujer manguera. Después de soplarme un buen rato a unos payasos patéticos que se clavaban hachas en la espalda y se reventaban cohetones en el culo, la expectativa crecía. Yo me imaginaba una mujer esbelta, súper alta, como el profesor Jirafales, como una manguera de bomberos, o como esas clásicas mangueras verdes para regar el jardín. Pero después de dos horas, y de haberla estado anunciando miles de veces por los altoparlantes, por fin salió la mujer manguera. Damas y caballeros, señoras y señores, niños y niñas, con ustedes el gran estelar, lo que habían estado esperando: La Mujeeeerr Maaaaaangueeeraaaaaa!!!!! Salió una señora gorda, vieja y coja gritando: - “MANGO MANGO RICO MANGO, DULCES LOS MANGOS”.
Les deseo a todos y todas las pelucas un buen 2010, que se diviertan y la pasen bien. Y les recomiendo que cambien el aburrido calzón amarillo tiza por uno de color mango, como para comenzar el año con más fuerza y alegría.
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