Iluso él, perdió la fuente de su poder sobrehumano, la peluca. Dalila un día la cambió por un cartón de cigarros, y así llego a nuestras manos, previa coima de ley. Yo (aka El Tunche) y mi hermano gemelo de distinta madre y padre (aka El Minotauro), contamos con la pelucadesansón, la cual nos adjudica el poder y derecho divino de criticar, joder y pastrulear a quemarropa. Tú! ven y hazte acreedor de alguna mecha de la peluca, poder infinito de opinar y divagar libremente. NO LO LEASSSSS

27.3.12

Esto es un atraco

Bajé tranquilamente las escaleras y me enfrento a la primera reja. Está cerrada. Busco al guardián del edificio para que abra la puerta pero por allí ni su sombra. Trato de manipular la reja, empujando y jalando, pero nada, no se abría. Atino a mover una pequeña perilla ubicada en la chapa inferior, tapada con varios retazos de gutapercha negra, hasta que escucho un ¡CLACK! Empujo y jalo, pero nada, la reja no cedía. Subo por las escaleras y le toco el timbre a María Inés para que me abra desde el portero eléctrico, y le adelanto que había movido esa perilla escondida entre las gutaperchas. Me mira con cara chueca pero me dice que ya me abre. Bajo nuevamente las escaleras, y frente a la reja escucho el sonido eléctrico del intercomunicador, empujo y jalo, pero nada. María Inés baja para cerciorarse de la situación y luego sube rápidamente a intentar buscar solución. En ese momento, frente a la segunda reja se asoma un joven con una bolsa con 3 limones en una mano y con su manojo de llaves en la otra, abre la reja, y se enfrenta a la primera reja (para mí la primera, para él la segunda). Con una llave trata de abrirla pero sólo podía abrir la chapa superior, no la que estaba trancada. Para este momento yo recién me percataba de un papel que decía con letras fosforescentes “NO TOCAR” y una flecha que indicaba los retazos de gutapercha. El joven de los limones me pregunta: -“¿no hay allí un cartel que dice no tocar?” -“sí le digo, sí hay un cartel que dice no tocar” (y que quería que haga, ya había bloqueado la reja, demasiado tarde ya). En ese momento baja Eugenia, que también quería salir, y se sienta en una banquita que había al costado de la entrada al percatarse de la situación. Un segundo después llega Pamela, queriendo entrar al edificio, y dándose con la sorpresa de que por el momento eso no era posible. Mientras tanto, María Inés se encontraba tocándole la puerta a todos los vecinos en busca de una llave que pudiera abrir la bendita cerradura con gutapercha de la primera reja, o en su defecto un control remoto para poder salir/entrar por el garaje (yo ya había tratado de abrir algunas de las 3 puertas del garaje pero sin suerte alguna), pero al parecer el edificio se encontraba vacío. De pronto llega un patita en su moto, se saluda con Pamela y le pregunta que qué pasaba. -“Nada, vengo donde Esteban, mi psicólogo, ¿y tú?” -“Nada, yo vivo al costado, pero alquilo una cochera acá para mi moto” -“Ah! ¿Y tienes llave?” -“No” -“¿Y control remoto?” -“Tampoco”. En ese momento salió Esteban de su consultorio, que para mí sorpresa, era un amigo del colegio que no veía hace años. De pronto, la paz del “hall” de ingreso de aquel tranquilo edificio barranquino se había convertido en una aglomeración de gente tratando de entrar y salir, cada uno con un motivo diferente. Lo único que le faltaba a la escena era que se asome por allí un sereno en bicicleta y un heladero. Esteban entra en escena y comienza a hacer llamadas, mientras María Inés seguía buscando a los vecinos (hasta el momento inexistentes). Eugenia seguía sentada en la banca. Pamela y el chico de la moto conversando, poniéndose al día. El joven de los limones yendo y viniendo. Yo, el causante y gestor de toda la trama, esbozando una sonrisa, pero también con semblante de interés, no había mucho que pudiera hacer, ya había comprobado que no había forma de salir por el momento hasta que alguien llegase con una llave (con la llave) o con un control remoto del garaje. De pronto, el joven de los limones, en un rapto de lucidez dice: “creo que tengo una idea” “Yo tengo un control remoto en mi departamento, les puedo pasar la llave y alguien entra y lo busca”. La persona indicada para tan delicada tarea era sin duda Esteban, quien en pocos segundos, tal vez minutos, logró traer el control y abrir uno de los portones del garaje. Fue un momento mágico, de alivio, de liberación. Me despido de María Inés. Hago lo propio con Esteban, y salgo casi agazapado y raudo por el garaje, sin volver la mirada, simplemente sintiendo el flujo de humanos que se entrelazaba desde afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera, del que alguna vez fue un pacífico “hall” de edificio, dejando atrás la primera, o segunda, reja caprichosa.

7.3.12

A donde Vais?

Quien sabe a donde Vais, lo que sé es de donde venís. Son casi 30 años los que han pasado desde que nos conocimos, en aquel salón de Kinder, acompañados por un Sol radiante. Seria inútil comenzar a narrar todos los momentos que compartimos, fueron tantos, que enumerarlos no haría mas que quitarles su magia. Los iré recordando durante el camino, y entendiendo poco a poco cada lección de aquellos pasajes, o simplemente contemplándolos. Lo que si sé, es que nuestra amistad no fue gratuita, fue de aquellas que se forjan, que se construyen, a veces a cocachos, pero más que todo con experiencias y aprendizajes mutuos. Una amistad horizontal, que no se apuraba y que seguía su ritmo natural, sin importar los tiempos del calendario. Inclusive en algunos momentos donde la distancia prevalecía, el cariño se mantenía intacto. La espontaneidad, la risa y la alegría fueron los pilares fundamentales, pero también la seriedad y la profundidad cuando así se requería. Anécdotas innumerables, pero una de las cosas que no solo marco nuestra amistad, sino también mi vida, fue cada vez que nos adentrábamos a jugar en el garaje de tu casa en Cossio, probablemente con menos de ocho años. Un garaje mágico, de ensueño, el paraíso de cualquier niño. Un garaje lleno de antigüedades, por donde nos escabullíamos y creábamos nuestro propio mundo imaginario, exaltando nuestra creatividad y viajando hasta donde nuestra imaginación nos lo permita. Podría decir que hoy, esa experiencia, me ha servido de alimento para mis sueños y que paradójicamente los tuyos se han hecho eternos. Fuiste un luchador hasta el final, un legado que no debemos pasar por alto si queremos seguir andando por estos lares.
No sé a donde Vais, pero sé que me dejáis una huella imborrable, que cada vez que camine sobre ella te recordaré con la misma sonrisa que me regalabas en cada encuentro.
Hasta más vernos.....Vais!