Iluso él, perdió la fuente de su poder sobrehumano, la peluca. Dalila un día la cambió por un cartón de cigarros, y así llego a nuestras manos, previa coima de ley. Yo (aka El Tunche) y mi hermano gemelo de distinta madre y padre (aka El Minotauro), contamos con la pelucadesansón, la cual nos adjudica el poder y derecho divino de criticar, joder y pastrulear a quemarropa. Tú! ven y hazte acreedor de alguna mecha de la peluca, poder infinito de opinar y divagar libremente. NO LO LEASSSSS

20.7.10

Olga y su vida bajo tierra (segunda parte)

(no te pierdas, aquí la primera parte)

Rubén posó sus ojos inquietos sobre la pala; el impulso que su voluntad había tomado luego de aquella breve conversación con Olga era inexplicable. Estaba a punto de cometer una atrocidad que ni en sus más nefastos sueños imaginó, y peor aún, lo hacía convencido que cumpliría con el gran favor encomendado por su mujer.

- Quiero que me entierres... Pero quiero que sea en vida- sonaba en su obnubilada cabeza como un Mantra Hindú.

Es preciso comentar que Rubén, antes un fornido hombre de mirada viril y andar garboso, había decaído, como es casi un axioma de la vida, con el acúmulo de años que claramente se notaban en su rostro ya sin brío, ya sin poder. Dado este detalle no del todo intrascendente para el proceder de esta historia, se podría, admito que con mucho esfuerzo, intentar comprender el nervio del viejo para conceder tal deseo. A cierta edad, los hombres, regresionan a estadíos inferiores; de toro de lidia a ternerito buscando la teta. Quizás fue que la amaba con locura, siendo estrictos en la semántica de ¨locura¨, ó tal vez la odiaba (son misteriosas las motivaciones de las pasiones humanas), quién sabe... Y sobre todo; ¿Quién soy yo para saberlo?

El viejo decidido, entró de nuevo a su estancia preferida de la casa, encontrándose con Olga sonriente y en una lucha intensa por disimular el penetrante dolor que la poseía como un demonio inquieto.
- Viejita- dijo en tono condescendiente- lo he pensado...y... no sé bien que me impulsa a concederte tal aberración... Pero lo haré. Te dejaré elegir tu destino, por más monstruoso que me parezca.- dejándose caer sobre el sofá al terminar la frase.
- Mis explicaciones son vanas- murmuró Olga. -Mis motivos son por demás simples. Lo hago por amor; amor de no encadenarte más a una vida de desdicha al pie de mi cama soportando mis lamentos, llevándote a rastras hacía donde yo me encuentro, y es lo último que quiero hacer en vida. Y amor hacía mi... Llámale orgullo, llámale como quieras... No soportaré más miradas condescendientes y menos que alguien me vuelva a limpiar de mis propias deyecciones. No sé si algún día lo comprenderás. Espero que no. Pero ese es mi deseo Rubén-.

Dicho esto, la secuencia de palabras que describan lo que aconteció hasta el momento del ¨entierro¨ son de menor importancia. Solo basta acotar que Rubén mando construir un féretro tres veces más alto, más ancho y más profundo que el mayor ataúd que pudo encontrar a la venta. Aire extra... o prolongación de sufrimiento - pensaba acongojado.

Pactado el día del sepelio (de noche, cuando las golondrinas descansan pero los búhos acechan) enrumbaron al lugar donde tomaría forma tamaña insania.
Rubén, demacrado y taciturno, inició la trabajosa faena de excavación. La tierra parecía de cemento, como negándose a ser partícipe del evento en curso, pero Rubén siempre fue un viejo tozudo y le brindó tremenda pelea a la negra greda, logrando poco a poco violentarla hasta que unas horas después se vio él mismo tres metros bajo tierra. No hubiera sido raro que algún espectador entrometido al ver a este hombre desgastado, senil, con un rostro inanimado, haya salido despavorido pensándolo la versión contemporánea del resurrecto Lázaro.

Llegado el momento cumbre, solo quedó la despedida. Es bien sabido que pocas personas disfrutan de este incómodo (por decir lo menos) momento, también llamados masoquistas de afición. Por lo que no ahondaré más en el derroche de lágrimas, besos, arrepentimientos y miedos. Todo eso, se lo dejo a ustedes masoquistas de afición.

Montada en lo qué más se asemejaba a una cabina de algún pequeño avión (hablamos de dimensiones), Olga mandó una última mirada al cielo que por tantos años la cubrió y dio la orden de cerrar el cubil con voz serena pero resoluta.

Y así pues, tras los sollozos y gritos de angustia expulsados por una trágica laringe masculina, se procedió a rellenar el forado hasta convertirlo en tan solo un pequeño montículo parduzco rodeado de un verde pastizal.
El viejo, quedó exhausto y rendido al pie de dicho monte de culpa, sintiendo que había cometido la atrocidad más grande jamás realizada por un ser humano. Pero para consuelo de Rubén, si es que le serviría de algo, es conocida por todos nosotros la creatividad humana para encontrar formas de infligir sufrimiento sobre su prójimo y sumado a ello, soy de la idea que Rubén actuó guiado nada más que por un tal vez distorsionado, concepto de lealtad.

Ya en lo profundo de la tierra, Olga se encontraba embriagada por lo que para ella significaba el inicio de su nueva vida. No pequemos de soberbios ni de juiciosos puesto que Olga bruta no era. Sabía que esta nueva vida bajo tierra no podría durar mucho; ¿horas tal vez? Pero ¿Cuantas?
Daba igual, una vida es una vida, así dure cien años o dos minutos. ¿Porque se lloran más las muertes de los recién nacidos, si tan solo han vivido una ínfima fracción de lo que un anciano fallecido vivió? La valía de una existencia no es proporcional a su duración- se decía a si misma. -Esta es mi nueva vida! ¡Dure lo que dure!-.

Olga se pudo sentar y en silencio agradeció a Rubén por el espacio extra en su cajón, que le significaría una vida más confortable y porqué no... una vida algo más prolongada de lo que imaginaba. Con pocos minutos ya en su tumba, lugar de su vida después de la vida, se concentró en luchar contra la claustrofobia y a acomodar sus pupilas a la oscuridad. En poco tiempo dominó a estos fantasmas y sonrió. Sonrió ya sin tratar de disimular el intenso dolor, sonrió como una niña que exalta al mundo con la inocencia de su gesto. Pasaron minutos, horas o días; para motivos prácticos da igual, ya que convenimos que la duración de una vida no es proporcional a su valía, y se quedó dormida en un sueño apacible, indoloro y reparador.

Tres metros sobre ese despejado sueño se encontraba este hombre viejo, muerto en vida, totalmente desolado y carcomido por la angustia. Decidió acompañar a su mujer en su nueva vida, pero tendrían una relación a distancia, separados por tierra y madera. - ¡Me quedaré aquí sin moverme. Te acompañé toda la vida, y no te abandonaré en esta!- grito como descocido este viejo maltrecho, empuñando su pala como una espada.



CONTINUARÁ…

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien ahi compadre, muy bien esrito

Anónimo dijo...

La triologia no? jeje, la verdad que me dejaste enganchado, muy bueno esta el cuento.
Lapelucaproductions!

Anónimo dijo...

La triologia no? jeje, la verdad que me dejaste enganchado, muy bueno esta el cuento.
Lapelucaproductions!

El Tunche dijo...

Gracias amigos.
El feedback positivo (y a veces el negativo) ayuda.

abrazos

Joselo R dijo...

Palmas Tunche! está buenísimo, como siempre que se juntan a Eros y Thanatos en una misma historia.

El Tunche dijo...

Gracias Joselo :)

Eros y Thanatos siempre son una constante en mis cuentos. Y en mi vida supongo.

Anónimo dijo...

trrrr trrrrr, no seas paloma, trrrr trrrr