Guía para un cuerpo sin alma

Tras un lento despertar en la penumbra que rociaba su cuerpo se sintió sin alma. Explicar la sensación exacta que se posó sobre él es inutil pero puede compararse al vacio que se siente en el pecho durante momentos siniestros; un vacuo que chupa la energía del ser. Se miró al espejo y justo lo que intuía se reflejaría sobre esta superficie lisa saltó; un rostro; si con todas sus piezas, pero en los cantos oculares se notaba la ausencia de eso que nos hace seres vitales y nos diferencia de las máquinas.

No hubo sorpresa, como dije, él ya lo intuía, solo confirmó la sospecha morbosamente.

¿En que momento se me escapó el alma?- parecía preguntarse-. Tras un infructífero y débil esfuerzo por anotar el instante en que voló (dada la volatilidad del alma) como si fuera una bombarda que estallara dentro del cuerpo, se negó a seguir buscando instantes precisos, no valía la pena -pensaba- ¿Para que llorar (sin alma no se llora) sobre la leche derramada? Además, es claro que cuando a uno el alma se le escapa es una vía sin retorno, no se recupera.

Se dirigió a tomar una ducha. Se desnudo y tomó valor (el valor y el alma no son elementos comunes) para mirarse al espejo; desnudo y sin alma. Era una visión lúgubre; las formas se mantenían, las partes estaban completas. A diferencia de un rostro sin alma, donde los ojos son translúcidos y parece que pudiera verse a traves de ellos sin reflejos, un cuerpo sin alma (al menos el de él) se traducía en sus texturas y colores. La piel se veía opaca, almidonada casi como cuero sin curtir y tomaba un matiz terreo. Me atrevería a afirmar que inclusive su sabor sería justamente ese; tierra seca.

Salió sin apuros del baño, se vistió y emprendió una caminata por la manzana. Decidió hacerlo con un afán puntual: Ver cuanta gente sin alma caminaba a su alrededor (la curiosidad tampoco va ligada al alma como algunos incautos creen).

Inició la caminata y se espantó con lo que vió: Hombres casi galopando con telefonos pegados a las orejas con gestos de pánico, mujéres desesperadas por llegar a quien sabe donde, señoras caminando como en una pasarela sin duda ofreciendo -sin ofrecer- algo que otro no tiene o podrá tener nunca, niños en harapos con las tripas vacias haciendo firuletes por un par de monedas, ancianos con semblantes de desasosiego, muchedumbres uniformadas marchando para estar 8 horas -con suerte- haciendo lo que más odian hacer, perros vagabundos acompañando a sus pares humanos rebuscando entre los deshechos, y todo esto acompasado por el bramido mundano del entorno. Salío un segundo de su espanto para llegar a una paradoja: ¿Esto no representa el ALMA de la ciudad? ¿Toda esta vibración errática?

Pasarón dos segundos para que la respuesta cayera como una pluma; Este es el corazón de la ciudad mas no el alma de ella. Este el grande y maldito corazón que bombea y chupa, bombea y chupa. Y en el corazón no se localiza el alma una vez le dijerón ya de grande.

Volvió de su caminata con una sonrisa. Se dió cuenta de unas cuantas verdades. La primera: Nadie le devolverá su alma perdida (cosa que ya había asimilado esa mañana). La segunda: Es increible la cantidad de gente que ya la perdió y que ni cuenta tomó de ello (o peor aún, que no le importa), y la tercera , tal vez la más esclarecedora; es que esta ciudad es la que nos quita el alma al meternos dentro de este grande y maldito corazón que bombea y chupa, bombea y chupa.